«… La vida se nos va y tengo miedo de no haber hecho lo suficiente.
De no haber descubierto cual era mi misión sobre la tierra.
De no saber que soy…
Italia es un cielo que perdí (es amor, dolor, poesía)…
que me encadena.
Tan lejos e imposible de recuperar… como mi vida.»
Son palabras del segundo libro de Lucía.
En muchos aspectos tan parecido al primero, «Una mujer de otoño«. Pero, como la sensibilidad de Lucia es tan grande, como se nutre de los colores y sabores de su vida, de la tierra donde aprendió a visir y de la tierra donde nació y a la de que nunca pudo volver, supo darnos otra cosa. Como en una bella película, de aquellos que nos hacen sentir bien y emocionados cuando acabamos de verla, volvemos a esta ante una familia, en otros momentos de su vida… Cuando llega el tiempo de cumplir algunos sueños, después de que la realidad histórica amenazo con destruirlos. Es tiempo de la fuerza, del coraje, de las carencias, pero también el de volver a sonreír a pesar de tantos sacrificios.
La madurez de los afectos, la angustia y la melancolía de los seres que están lejos a los que tal vez no vuelva a ver.
Haber podido abrir ese arcón de recuerdos, de olvidos, que todos, sin saber apilamos en el tiempo y que están allí, quietos, aparentemente sin vida, hasta el momento en que la tapa se abre. ¿Por qué? ¡Vaya a saber! Hay tantas razones para que un día sintamos la necesidad de ponernos a su lado y empezar a darles vida.
Cristina de la Plaza
(Profesora de literatura)



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